Una sabia elección

Por: Adriana Soto de icaza
24 NOVIEMBRE 2014

“Nos pasamos la vida comiendo”, casi estamos terminando de desayunar cuando ya estamos planeando el lunch, la comida y de paso la cena. Hace más de una década, estando soltera, vivía en la Ciudad de México, en tiempo real y sin tráfico, mi trabajo estaba a una hora de mi casa, pero con tráfico podía tomarme dos horas trasladarme de un lugar a otro. Durante el primer mes de trabajo en ese despacho, pasé muchas horas sueño-comida-familia-gimnasio perdidas en el tráfico, algunas veces desayunaba en el coche, preparaba mi desayuno en casa y me lo comía en el camino, llegué a llevar huevo con jamón, jugo de naranja, plato de papaya o de otra fruta, pan tostado con mermelada, café, quesadillas, taquitos de guisado, cereal, yogurt, etcétera. Mi auto nuevo empezaba a oler a fonda de la esquina.

Después empecé a ir al gym cerca de la oficina, salía más temprano de casa para aprovechar el tiempo, pero ya no me daba tiempo de desayunar en el auto y comencé a pararme a las tienditas a comprar algo “rápido”. Pasaba muchas horas sentada trabajando y comencé a sentir los estragos de los yogurt endulzados con cajita de cereal, de las barritas, los sándwiches, galletas y cafés pre-fabricados. Aunado a la comida del comedor del despacho, pedía pechuga a la plancha (que más bien era frita) porque según yo eso era lo más rápido que podía comer y lo que tenía menos grasa. Comía a toda velocidad porque tenía que continuar trabajando, salir a tribunales o venía llegando de la calle y necesitaba comer rápido para cumplir horarios. A veces tenía que parar en un drive-thru de algún restaurante de “comida rápida” por el poco tiempo que tenía para comer, comía en el coche, entre cambiando velocidad y dándome un bocado. Muchas veces experimenté la sensación de pesadez, cansancio y sueño después de estas comidas express, lo que sin duda, afectaba mi rendimiento laboral.

Harta de esta rutina, decidí ir a comer a mi casa un día de la semana, ¡qué diferente la comida hecha en casa! era variada, rica y fresca. Decidí que a partir de ese día me llevaría la comida del día anterior y comería en el despacho mi rica comida casera. Esto se empezó a hacer un hábito, empecé a comer mucho más saludable, a preocuparme al llegar en la noche por lo qué comería el día siguiente, a comprar alimentos frescos los fines de semana para cocinar anticipadamente platillos que me nutrieran, que me satisficieran y que me gustaran. Le imprimí amor y dedicación a la comida que tan importante es. Somos lo que comemos, y la importancia y el tiempo que le dedicamos a satisfacer esta necesidad básica es algo que sin duda se va a ver reflejado en nuestra salud y calidad de vida, como el buen humor, una figura saludable, un peso proporcional a nuestra estatura, una piel sana. Muchos años han pasado de eso y ahora me toca alimentar a mis seres queridos, darme el tiempo de escoger y comprar los alimentos, es un trabajo diario y arduo, pero de suma importancia. Me interesa enseñarles a mis hijos la disciplina en las cantidades, calidades, variedades, combinaciones y darse el tiempo de comer, para que su cuerpo aproveche lo mejor posible y su rendimiento en las actividades que realicen sea el óptimo, previniendo futuras complicaciones por mala alimentación, como la obesidad.

A algunos podrá gustarnos y tenemos tiempo de preparar comida diario, a otros no, se entiende, es mucho trabajo, pero cuando hay una actividad cotidiana tan importante como es la de alimentarnos o alimentar a otros, y puede resultar engorrosa o molesta, se le puede imprimir un valor para que cocinar saludable resulte placentero, este valor es el amor por uno mismo y por los seres queridos, no habrá arrepentimiento por regalar a este placer el tiempo que requiere. ¡Qué rico disfrutar una comida saludable preparada en casa! Bien dicen “barriga llena, corazón contento”. Sin duda, una persona bien alimentada, es feliz.

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